Si no has estado en el Royal Mansour no sabes lo que es el auténtico lujo. Ese lujo que se siente y se goza alejadísimo del exhibicionismo que muchos comprenden como símbolo de estatus. Y no es que el Royal Mansour destaque por su parquedad. Al revés. En él todo es excesivo, hasta la discreción, mas es un exceso afable a la vista y al resto de los sentidos.
Ubicado a pocos minutos andando de la conocida plaza Jemaâ El Fna, el Royal Mansour es una medina en la medina de Marrakech. Sus murallas de 5 metros de altura y sus 3 hectáreas y media de terreno, salpicadas de olivos, naranjos, huertos, callejones floridos, plantas medicinales y rosas lo transforman en un oasis en la mitad del caos de la urbe.
El hotel, propiedad del rey de Marruecos, fue imaginado por Mohammed VI como un espacio inusual donde alojar a sus familiares, amigos y también convidados cuando visitasen la urbe. La idea fue tomando forma y terminó transformándose, para deleite de sus clientes del servicio, en el complejo hotelero más suntuoso del país alauí. En verdad, el Royal Mansour ha sido premiado en diferentes ocasiones con premios como el “mejor hotel de Africa” o bien el “cuarto hotel más suntuoso del mundo”.
Alojarse en uno de sus riads, por el hecho de que en este hotel no hay habitaciones hay riads, es transportarse a otra dimensión. De hecho sus huéspedes son considerados “invitados del rey” y reciben un trato acorde a dicha distinción. Un trato al que, a propósito, una se habitúa pronto por el hecho de que no es de esos lugares, que los hay, en los que el lujo en ocasiones te hace sentir incómoda. Acá no, todo lo opuesto.
Ese trato “real” empieza solamente pisar suelo marroquí. En el aeropuerto pasas los controles como “vip”, algo esencial sobre todo a la vuelta a España con tanto control por el Covid, y te olvidas de tus maletas que no volverás a ver hasta el momento en que llegues a tu riad, uno de los cincuenta y tres con los que cuenta el Royal Mansour. Los riads son las casas propias de Marruecos cuyas estancias se distribuyen cerca de un patio interior con una fuente.
En cada uno de ellos de los cincuenta y tres que forman el Royal Mansour se conjugan perfectamente la tradición y la modernidad. Tanto la decoración como el moblaje o bien las obras de arte que salpican los diferentes espacios son cien% marroquíes, fruto del trabajo de más de mil maalems (maestros artesanos) del país. En verdad, el Royal Mansour es en sí una enorme galería de arte llena de “joyas” trabajadas en madera, porcelana, mármoles, lonas, herrajes,…
Y para “exclusividades” nada como visitar su boutique. En ella se hallan diferentes creaciones fruto de la cooperación del hotel con artistas de la talla de Loubotin (babuchas), Goyard (bolso) o bien Galliano (chilaba) solo en venta en el Royal Mansour.
Como os afirmaba, este savoir faire tradicional convive con perfección con la modernidad más absoluta. En todos y cada planta del riad, el mío tenía 3 con azotea y piscina propia, hallas diferentes “pantallas táctiles” engastadas en la pared desde las que supervisar tanto la iluminación como la temperatura de cada planta. Pero indudablemente, una de las claves que hace que este hotel se halle entre los mejores de todo el mundo es su pasión por los detalles y por hacer de la. hospitalidad un arte. Camareras, maestresalas, y floristas ponen ese toque de calidez a la estancia bastante difícil de olvidar.
Da igual el instante del día en el que entres en tu riad que todo va a estar en perfectas condiciones de gaceta. Si has dejado el cargador del móvil de cualquier forma sobre ciertas múltiples mesas o bien mesitas de la habitación, al llegar te lo hallarás con perfección enrollado con una trabilla de cuero; o bien si has dejado las lentes de sol (o bien las de ver) sin guardar, cuando las vuelvas a coger van a estar con perfección limpias; si te has tomado la infusión, el agua o bien los dulces que te dejan a diario en la habitación lo restituirán al momento… ah, y jamás van a faltar ni en tu riad ni en cualquier espacio del hotel mascarillas y también higienizantes de manos.
Y todo ello sin que te des cuenta de la presencia del personal del hotel. Y es que para atender el cincuenta de riads trabajan prácticamente seiscientos personas a las que que (salvo a los jardineros) no ves por las callejuelas del Royal Mansour. Ellos se mueven por un entramado de túneles subterráneos y puertas segregas para trabajar con total discreción y hacer todavía más cómoda, íntima y sorprendente la estancia de los huéspedes.
Cada riad es diferente, los más “pequeños” cuentan con ciento cuarenta y cinco metros cuadrados y el más grande, el Gran Riad, donde tuvimos la fortuna de cenar una noche, con mil ochocientos metros cuadrados. Con jardín y piscina propia es el sumum del lujo: 4 habitaciones, baños pasmantes, vestidores de ensueño, biblioteca, bar, oficina, sala de recepción, sala de billar, hamman, sala de cine… Indudablemente la joya de Royal Mansour.
Y rodeando los alojamientos nos hallamos con más de 2 hectáreas de jardines con perfección diseñados por el paisajista de España Luis Vallejo en los que el agua fluye por canales y fuentes y en los que su increíble piscina, de treinta metros de largo y veinte metros de ancho, es la enorme protagonista.
Caminar entre sus palmeras y perfectos macizos de flores y llegar hasta sus huertos es una experiencia sensorial. En uno de ellos se cultivan verduras orgánicas de temporada que los chefs del hotel transforman en platos espectaculares (no puedo dejar de loar el sabor de sus tomates) y en el otro (el jardín bio-aromatizado) plantas medicinales que emplean para infusiones (de romero, lavanda, salvia y menta) para desintoxicar y purificar el cuerpo.
Mención aparte merecen sus restoranes y su Spa, que es lo que verdaderamente fui a conocer. Mas como este blog post es ya demasiado largo, de su spa y sus nuevos tratamientos de bienestar os charlaré más adelante.
Más info: https://www.royalmansour.com/